martes, 30 de noviembre de 2010

  

CARLOS AURELIO TORRES GUERRERO
MEMORIAS


Quiero rendir un homenaje a mi abuelo, y padre espiritual, Carlos Aurelio Torres Guerrero.
A este hombre le debo no sólo el privilegio de portar su apellido, sino también el de haber construido y forjado en mi vida, y en mi familia, los valores éticos y morales sobre los cuales se fundamenta mi existencia y la vida de cada uno de los integrantes que conforman mi familia. Él es un modelo de padre que ha sabido afrontar con dignidad los sinsabores de este mundo. Él trabajó de manera desinteresada, ya que a muchos de sus pacientes, que no tenían cómo pagarle, les obsequió su trabajo. Carlos Torres ha amado y cuidado a su esposa y a sus hijos con una profunda entrega. En cada consejo, y en cada palabra, que me ha dicho, ha forjado en mí a un ser integro con las suficientes herramientas para enfrentar y luchar en todas y en cada una de las circunstancias que se presentan en el trayecto de la vida.
Carlos Aurelio Torres Guerrero, nació en la unión Nariño, el miércoles 1 de febrero de 1928, en el hogar conformado por don Peregrino Torres Martínez y Carmela Guerrero Silva. Sus abuelos paternos fueron don Dirceo Torres y doña Jobita Martínez. Sus abuelos maternos fueron don Isaías Guerrero y doña Cleotilde Silva. En su familia se destacan dos importantes historiadores, en primer lugar, José Rafael Sañudo Torres (primo de don Peregrino) y Mauro Torres, primo hermano de mi abuelo. Gracias a la rigurosa investigación que realizó, precisamente, José Rafael Sañudo, sabemos que el octavo abuelo de mi abuelo fue el malagueño Juan Torres Villalba, quien llegó a San Juan de Pasto en 1672 [1].      
Las hermanas de Carlos Torres fueron Soledad y Clotilde. Sólo tuvo un hermano: Gerardo, el  menor; con ellos compartió su infancia y juventud. Siempre fueron muy unidos.
Mi abuelo vivió en la Unión Nariño hasta la edad de siete años. Su padre se desempeñaba como Prefecto de las Provincias de Juanambú. Pero don Peregrino, pensando en la educación de sus hijos decidió trasladarse a Pasto.
Mi abuelo, entonces, ingresa a la Escuela Anexa a la Normal Nacional de Occidente de Pasto, donde realiza sus estudios primarios, al igual que su hermano Gerardo, con quien, cada mañana, se dirigía a la escuela desde el barrio Navarrete.
Cuando termina su primaria, ingresa al Liceo de la Universidad de Nariño y posteriormente, en segundo de bachillerato, pasa al Colegio San Francisco Javier (de la Compañía de Jesús), donde termina sus estudios y en donde traba amistad con importantes hombres de nuestras letras como el doctor Vicente Pérez Silva y de estudiantes egresados de esta institución como el maestro Ignacio Rodríguez Guerrero. Al terminar el bachillerato, prestó su servicio militar en Cali. A su regreso a Pasto, trabajó con el odontólogo Julio Cabrera, quien le enseñó mecánica dental e instrumentación quirúrgica. El doctor Cabrera lo impulsó para que adelantara estudios de odontología, es así como gracias a la modalidad de educación a distancia realizó su preparación profesional en la University of Florida College of Dentistry, título que después lo avaló el Ministerio de Salud de Colombia. Se ha desempeñado como odontólogo durante cincuenta años. Su esposa, doña Carmela Guerrero lo ha acompañado con un amor a prueba de balas.
Hoy mi abuelo, ya retirado de su profesión, nos habla de un personaje que conoció y con el que se tomó más de un trago en ésta, su querida y bella ciudad. 



Acerca de Rosendo Santander
Conocí a Rosendo Santander hace unos setenta años en la ciudad de Pasto. Este hombre era de lo más típico de la ciudad, le gustaba mucho el anís y frecuentaba buenas amistades. Mi padre, quien era Prefecto de las Provincias de Juanambú, recibió una petición de Bolívar Santander, quien era gobernador de Nariño. Don Bolívar le rogó a mi padre que le diera un puesto a Rosendo Santander, alias “El Cachirí”. Mi padre se puso a examinar y no había sino una bacante en la cárcel como guardián, entonces, lo llevó para que ocupara dicho cargo en la cárcel de La Unión.
En una ocasión a Cachirí lo enviaron al Charco del Burro para que fuera con unos presos a darse un baño. Estando allá se le ocurrió a Cachirí preguntarles si ellos apreciaban la libertad y el valor de ésta… a lo que todos contestaron que sí, que, por supuesto, se sentían esclavos en esa cárcel maldita, entonces, él les dijo: “muchachos, en nombre de la República de Colombia, y del mío propio, quedáis en libertad”. De manera que todos se fueron. Cachirí quedo solo y llegó a La Unión sin saber qué decir. Algunos pocos presos se regresaron y se entregaron porque les daba pena comprometer a Rosendo Santander,  “El Cachirí”, y contaron cómo había sucedido este episodio.
Otra anécdota que le puedo mencionar es la siguiente: Rosendo Santander tenía una novia, una muchacha muy bonita y de una familia muy prestante de La Unión. Cuando Él vino a Pasto, un día me mostró un telegrama que le ponía a su novia, donde le decía: “Armidita. Alambres telegráficos llevan pedazos de mi corazón”.
En otra ocasión me mostró otro que decía: “Si montañas volviesen transparentes, soportaría tu ausencia”.
En cierta época, cuando uno de los doctores Santander era rector de la Universidad de Nariño (nosotros estábamos en bachillerato, creo que en segundo año), y por una ventana que daba a la calle, ingresó el tipo y cayó al aula. Don Victoriano Salas, que era el profesor de dibujo, le dijo en tono fuerte y a manera de regaño: “¡mozo atrevido, cómo te atreves a entrar en esta forma!”, tras lo cual se levantó Cachirí y le dijo: “yo he saltado y he entrado así porque el rector es mi tío”, y salió lo más de campante y se dirigió a la rectoría. El doctor Santander le había prohibido la entrada porque iba a molestarlo y a pedirle dinero, pero de todas formas esa vez ingresó de esa audaz manera.
En otra oportunidad, Cachirí, quien se había dedicado a vender ropa para caballeros (camisas, medias, pañuelos), casualmente se encontró con unos viejos amigos que lo invitaron a beber aguardiente, entre los que estaba yo. Él aceptó gustoso. Al sentarse y dejar su maleta, varios de los clientes que estaban en el café le solicitaron que les indicara la mercancía, ante lo cual Cachiri, sin decir una palabra, sacó un papel y escribió con letra grande: “Estamos en inventario”.
Cachirí fue un hombre cuya inteligencia era deslumbrante y cuyo sentido del humor nos hizo más plácida la vida. Eso es lo que puedo decir de ese viejo y recordado amigo.





[1] BASTIDAS URRESTY, Edgar. “Dos visiones sobre Bolívar. Polémica entre José Rafael Sañudo y Sergio Elías Ortiz”. Bogotá, Impresol, 1999. p. 94.



1 comentario:

  1. Me gusta su blog, voy a seguirlo a menudo, su temática esta interesante

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